Tú eres un ángel y yo
una bruja con apariencia de diablesa. Tú te emocionas con las películas
románticas y yo, reparto mi corazón entre el baile y las ciencias ocultas. Tú anhelas
escapar de la ciudad a un sitio más tranquilo y yo, amo las ruidosas calles en
las que he crecido. Tú sueñas despierto
y yo, vivo de noche. Tú lloras en silencio y yo, no lloro nunca.
Tú eres demasiado perfeccionista y yo, no soy muy amiga del
orden. Tú piensas en nuestro futuro y yo,
me limito a nuestro presente. Tú eres de carne y yo, prefiero la verdura. Tú
odias mis pócimas y mi escoba y yo, jamás he pensado en deshacerse de ellas. Tú
te pasas las horas leyendo y yo, sólo leo para memorizar conjuros. Tú te
deshaces en un mar de confidencias
y yo, me lo callo todo. Tú eres un niño
bien y yo, no encajo en tus fiestas pero no me importan las opiniones de fuera
ni los comentarios hirientes.
Nuestras discusiones nacen y mueren entre todo aquello
que compartimos. Un día de playa, el olor a chocolate caliente, el beso más
inesperado, la reconciliación más dulce, la complicidad de una mirada. Somos
polos opuestos condenados a amarnos más allá de nuestras diferencias. Nuestra
vida es un eterno duelo, siempre confrontados, dudando a veces de nuestra
relación, nunca aprendiendo a separarnos del todo. No compartimos metas, ni
gustos musicales, ni creencias, ni siquiera la misma visión del mundo. Nuestros
ataques tienen siempre un contrataque. Nuestro proyecto de vida en común es realmente
arriesgado pero merece la pena intentarlo. Porque el amor puede ganar la última
y definitiva de las batallas. En el fondo, ambos somos uña y carne, enamorados
de aquello que a cada uno le falta y que encuentra en el otro. Tú te mueres por
mis besos y yo, me muero por dártelos.