12/10/11

ESTE JUEVES UN RELATO: VOCES



Su cabeza golpeaba monótonamente contra la pared acolchada de la habitación.

Repetía sin descanso una letanía ininteligible, como un chacra necesario para ahuyentar los malos espíritus.

Vestido de blanco y con la camisa de fuerza, parecía desvalido e indefenso, pero para todos los que trabajábamos allí, verlo a través de la ventanilla blindada, despertaba un miedo morboso; como cuando ves a solas en casa una película de miedo y a pesar de tu terror no puedes dejar de verla.

Era un caso curioso. Cuando vino la primera vez, se le veía asustado, lloroso, no entendía el porqué de su internamiento. ¿Por qué estaba él allí? Él no había hecho nada, nada en absoluto.

No se cansaba de decir que él sólo fue el brazo ejecutor de una orden superior.

Cuando la policía llegó a su casa, se encontró con una escena dantesca. El cuerpo del anciano permanecía inmóvil en el sillón con una mueca de espanto en su rostro. La sangre manaba a borbotones de su garganta derramándose por el suelo, formando un charco espeso y negro. Tenía los ojos abiertos, como no pudiendo creer lo que estaba enfrente suyo.

 Frente a él estaba su ejecutor, inmóvil, con las zapatillas empapadas de sangre y un cuchillo de carnicero en su mano derecha. “Hacía ruido”, “hacía ruido”, “hacía ruido” repetía una y otra vez.

 He aquí su declaración ante el juez:

El cuchillo cayó al suelo, junto a mis pies. Estaba manchado de sangre.
Como mis manos.
Observé durante breves instantes el cuerpo que yacía a pocos metros de mí. Cerré los ojos al sobrecogerme ante la expresión de terror que el cadáver manifestaba. Me arrodillé y llevé las manos a mi cara, intentado ocultar mi profundo arrepentimiento. ¡Le había matado! Le clavé el cuchillo varias veces, hundiendo la hoja hasta su pequeña empuñadura. Le había destrozado por completo. Lo hice. Sí. Con rabia. Con desesperación.
No fui yo. Las voces me obligaron a ello. Esa es la verdad. La terrible verdad. Llevaba varios días oyéndolas dentro de mi cabeza. Al principio eran pequeños murmullos, palabras sueltas, pero pronto comprendí que aquellas voces me hablaban a mí. Sólo yo podía oírlas.
Me insultaban. Se burlaban de mí. Me amenazaban de muerte. Ellas me instigaron, me indujeron a cometer el atroz crimen.
¡¡No podía soportarlo!!
Sonaban en mi interior cada día, cada noche. Apenas me permitían dormir, no podía vivir. Resonaban en mi mente y estallaban como bombas que me angustiaban. Estaba atormentado. Desquiciado.
Ellas me propusieron acabar con la vida de mi vecino. Me indicaron el lugar, escogieron el día. Me dieron la fuerza. ¡¡No pude resistirme!!
Aquellas diabólicas voces me aseguraron que si hacia lo que me decían se marcharían, me abandonarían. Intenté resistirme pero la tortura a la que era sometida fue más poderosa. ¡Quería tranquilidad! ¡¡La necesitaba!!
Sólo había una forma de conseguirla y mientras las voces golpeaban mi cabeza con sus burlas, sus gritos, con sus amenazas y desprecios...lo hice. No lo dudé en ningún momento. ¡Le clavé el cuchillo! ¡Una vez! ¡Y otra! ¡Y otra más!
Intentó zafarse. Escapar del horror pero nada pudo hacer salvo agitarse vanamente. Cuando dejó de moverse, cuando encontró la muerte…las voces desaparecieron por completo. La tranquilidad, la calma, se adueñaron de mí… Ahora algo ha cambiado, algo ahora es distinto. Ahora…estoy tranquilo.
“Yo no soy así” dijo.

El juez en la sentencia dijo que el asesinato lo cometió en un momento de enajenación mental y no lo podía meter a la cárcel por ello. Así que lo enviaron aquí por un periodo mínimo de cinco años.

Ahora, me encargo yo de él. Le llevo la comida o le saco al jardín.

Le estoy viendo ahí sentado, golpeando su cabeza. Un hilillo de baba se le escapa por la comisura de sus labios; será consecuencia de los electrochoques o del pentotal.

Los demás enfermeros se ríen de él porque dicen que escucha voces. Pero yo no, yo no me río porque sé perfectamente de que me habla. Yo también escucho voces. Voces claras, muy claras y me dicen:
“Mátalo”, “mátalo"